(En algún lugar del camino alternativo al SIK, en busca del KNIZE - El Tesoro (Petra)
Un pedregal tan seco como hermoso)
La fuerza del optimismo
Luis Rojas Marcos
Biblioteca Crecimiento Personal
Enero. 2008
Aprender a sentir y pensar en positivo
En los últimos cincuenta años, gracias al mejor conocimiento que tenemos sobre el funcionamiento del cerebro y los procesos que regulan la toma de decisiones de la personas, se ha llegado a la conclusión de que los sentimientos desempeñan un papel fundamental en la forma de pensar y de interpretar el mundo.
Determinados centros cerebrales, -por ejemplo, el hipotálamo y la amígdala-, que están encargados de elaborar y modular las emociones, estimulan a su vez las neuronas especializadas en razonar. Como resultado, existe una coherencia entre lo que sentimos y lo que pensamos.
Quienes logran mantener en general un estado de ánimo moderadamente alegre tienen altas probabilidades de tener una disposición optimista. Está demostrado que un estado de ánimo positivo estimula recuerdos placenteros y bloquea las memorias desagradables. Por el contrario, las personas que se sienten tristes tienden a evocar preferentemente experiencias negativas y a olvidar las positivas.
En cuanto a la visión del futuro, los individuos alegres se inclinan a predecir hechos favorables y a considerar que serán beneficiados por ellos, mientras que las personas desalentadas tienen una alta propensión a augurar infortunios y a anticipar que serán víctimas de ellos. Esto ocurre incluso en individuos a quienes se induce artificialmente a sentirse alegres o tristes antes de preguntarles su opinión sobre el futuro.
Es evidente que no tenemos control sobre la miríada de factores que influyen en nuestro estado de ánimo; desde el equipaje genético hasta la personalidad, pasando por la salud física y mental, las condiciones del medio o los sucesos inesperados que nos afectan. Pero no es menos cierto que podemos alimentar nuestras emociones positivas y programar situaciones que las favorezcan.
José Antonio Marina en su ensayo “El laberinto sentimental” nos sugiere que para reformar nuestra personalidad afectiva, con el fin de disfrutar más de la vida, es necesario añadir sentimientos esperanzadores que sin menoscabar la razón y la prudencia, permitan “hacer del náufrago un navegante”
Cualquier trabajo que realicemos para cultivar emociones positivas implica identificar y fomentar las situaciones bajo nuestro control que nos producen sentimientos de satisfacción y tratar de eliminar, o al menos reducir, aquellas que nos entristecen. En este sentido, la evidencia acumulada apunta consistentemente a los beneficios de concentrar nuestros esfuerzos en ciertas áreas bastante universales, empezando por las relaciones con otras personas.
Numerosas investigaciones respaldan la noción de que los individuos emparejados o que forman parte de un hogar familiar, de un círculo de amistades o de un grupo solidario con el que se identifican, se consideran más satisfechos emocionalmente que quienes viven solos, aislados o carecen de una red social de apoyo emocional.
Intercambiar emociones y pensamientos, dar y recibir afecto, y aceptar y ser aceptados por los demás son actividades que estimulan estados de ánimo positivos.
No me canso de resaltar los beneficios emocionales que nos aporta hablar. Gracias a los vínculos que existen entre las palabras y las emociones, hablar no sólo nos permite desahogarnos y liberarnos de las cosas que nos preocupan, sino experimentar los sentimientos placenteros que acompañan a la comunicación entre personas queridas.
Determinados centros cerebrales, -por ejemplo, el hipotálamo y la amígdala-, que están encargados de elaborar y modular las emociones, estimulan a su vez las neuronas especializadas en razonar. Como resultado, existe una coherencia entre lo que sentimos y lo que pensamos.
Quienes logran mantener en general un estado de ánimo moderadamente alegre tienen altas probabilidades de tener una disposición optimista. Está demostrado que un estado de ánimo positivo estimula recuerdos placenteros y bloquea las memorias desagradables. Por el contrario, las personas que se sienten tristes tienden a evocar preferentemente experiencias negativas y a olvidar las positivas.
En cuanto a la visión del futuro, los individuos alegres se inclinan a predecir hechos favorables y a considerar que serán beneficiados por ellos, mientras que las personas desalentadas tienen una alta propensión a augurar infortunios y a anticipar que serán víctimas de ellos. Esto ocurre incluso en individuos a quienes se induce artificialmente a sentirse alegres o tristes antes de preguntarles su opinión sobre el futuro.
Es evidente que no tenemos control sobre la miríada de factores que influyen en nuestro estado de ánimo; desde el equipaje genético hasta la personalidad, pasando por la salud física y mental, las condiciones del medio o los sucesos inesperados que nos afectan. Pero no es menos cierto que podemos alimentar nuestras emociones positivas y programar situaciones que las favorezcan.
José Antonio Marina en su ensayo “El laberinto sentimental” nos sugiere que para reformar nuestra personalidad afectiva, con el fin de disfrutar más de la vida, es necesario añadir sentimientos esperanzadores que sin menoscabar la razón y la prudencia, permitan “hacer del náufrago un navegante”
Cualquier trabajo que realicemos para cultivar emociones positivas implica identificar y fomentar las situaciones bajo nuestro control que nos producen sentimientos de satisfacción y tratar de eliminar, o al menos reducir, aquellas que nos entristecen. En este sentido, la evidencia acumulada apunta consistentemente a los beneficios de concentrar nuestros esfuerzos en ciertas áreas bastante universales, empezando por las relaciones con otras personas.
Numerosas investigaciones respaldan la noción de que los individuos emparejados o que forman parte de un hogar familiar, de un círculo de amistades o de un grupo solidario con el que se identifican, se consideran más satisfechos emocionalmente que quienes viven solos, aislados o carecen de una red social de apoyo emocional.
Intercambiar emociones y pensamientos, dar y recibir afecto, y aceptar y ser aceptados por los demás son actividades que estimulan estados de ánimo positivos.
No me canso de resaltar los beneficios emocionales que nos aporta hablar. Gracias a los vínculos que existen entre las palabras y las emociones, hablar no sólo nos permite desahogarnos y liberarnos de las cosas que nos preocupan, sino experimentar los sentimientos placenteros que acompañan a la comunicación entre personas queridas.
De hecho, evocar, ordenar y verbalizar nuestros pensamientos en un ambiente acogedor es siempre una actividad gratificante. Por eso, somos muchos –aunque no lo digamos- los hombres y las mujeres que cuando no contamos con interlocutores humanos hablamos al perro, al gato, al pajarito o a las plantas que viven en casa.
Unos pocos nos sentimos mejor cuando hablamos con nosotros mismos, esos sí, en alto.